Un periódico ha publicado esta fotografía: una fila de hombres uniformados con el fusil al hombro y cubiertos con un casco con visera protectora y un número que los identifica (quien sabe en donde y delante de quien) vuelven la mirada hacia unos jóvenes en jeans y camiseta que lanzan una piedra y van hasta ella de salto en salto delante de ellos.
Se trata evidentemente de un momento de espera antes del choque con la policía que vigila una embajada, un campo de entrenamiento militar, una base gringa en un país latinoamericano, una universidad pública o una gran multinacional muy estrechamente relacionada con todas las demás. Los jóvenes aprovecharon el tiempo muerto para dibujar una figura en el suelo y acompañándose de un estribillo popular, lanzaban la piedra, daban dos pasos en el sitio, uno delante, levantaban la pierna izquierda primero y la derecha después.
Creo comprenderlos; tienen la sensación de que la figura en el suelo es mágica y que los lleva hasta el cielo, hasta su cielo. Y en su pecho se extiende un intenso sentimiento de inocencia: lo que los une no es como a los soldados, a las tropas de guerra o a los partidos políticos, una marcha, sino, como a los niños y niñas, un juego. Quieren escupir su inocencia al rostro de los policías.
Así los vio Antonia, en la fotografía, poniendo de relieve ese contraste elocuente: de un lado la policía en la falsa unidad de la fila (impuesta y dirigida); por otro lado los jóvenes en la unidad real (sincera y orgánica) del juego; de aquel lado la policía, en la triste actividad de acechar, vigilar y castigar y de este ellos y ellas en la alegría del juego.
El juego en grupo es mágico y nos habla desde las profundidades milenarias de la memoria humana. Antonia ha recortado esta foto del periódico y la mira soñando. También ella querría jugar en grupo así. Durante toda su vida ha estado buscando un círculo de hombres y mujeres a quienes dar la mano para lanzar la piedra; primero lo buscó en la iglesia cristiana (sus padres eran fanáticos religiosos) luego en el partido comunista, luego en el partido comunista disidente, luego en el movimiento contra el aborto (el niño tiene derecho a la vida), luego en el movimiento pro legalización del aborto (la mujer tiene derecho a su cuerpo), lo buscó en los marxistas, psicoanalistas, estructuralistas, lo buscó en Lenin, en Mao-Tse-Tung, entre los adeptos al punk, al rap, en la escuela del Noveau-Roman, en el teatro de Brecht , en el teatro pánico y en el teatro guerrilla y no ha llegado al cielo. Pero no tiene prisa, el buscar entre tantos hombres y mujeres, movimientos y partidos, teorías y modas, le enseñaron que no lograron llegar allí porque en sus mentes cada una de estas personas anhelaba un cielo distinto y entendió también, algo aún más importante, entendió que para llegar al cielo todos debemos lanzar la piedra en la misma dirección.